Saúl y su Espada del Augurio.

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El otro día me tocó ir a una entrevista de trabajo. Fue muy divertido. En realidad fue algo bizarro. La verdad fue una cosa loca esa entrevista. El entrevistador, que se llamaba Saúl y tenía edad para ser mi papá, me cuestionaba constantemente sobre mis intenciones en la Argentina. Me preguntó de diferentes maneras, haciendo uso de sinónimos y en variadas formas de conjugación verbal, si es que yo había venido a Buenos Aires a casarme (¡Demonios! ¿Tanto se nota?). Con la gentileza obligada en una entrevista, le respondí que no, que por el momento no era mi intención primaria el casarme en Buenos Aires y tampoco en ninguna otra ciudad del mundo (aunque una vez estando en Orlando vi a un chico y dije sinceramente, ME CASO, luego lo olí y dije sinceramente, ME DIVORCIO. Pero eso no cuenta creo). Y bueno, el amigo Saúl, con una abrumadora galantería me dijo: “No me mire usted con esos ojazos y se atreva a decirme que no quiere casarse en la Argentina. Mire que yo soy abuelo y sé de estas cosas”. Y nada, por el éxito de la entrevista tuve que ceder. “Saúl, es usted muy perceptivo. Mis ojazos y yo hemos venido a su Buenos Aires querido a casarnos. ¿Usted cree que tengamos suerte?” pregunté tratando de sonar lo menos irónica posible (como se imaginarán, me costó). “Indudablemente. Escúcheme Laura, ahora que estamos claros en sus objetivos, le voy a programar una segunda entrevista”, y diciendo esto hizo unos garabatillos que no alcancé a leer en mi hoja de vida (que es hermosa ja!) y nos despedimos cordialmente no sin antes intercambiar halagos sobre mis ojazos y su corbata (que diablos le puedo halagar a un señor que me dice que he venido a la Argentina a casarme???). Y bueno, si me llaman para la segunda entrevista y me dan el trabajo… pues me va a tocar alquilarme un flaco o algo por el estilo porque me late que si no me caso, el buen Saúl me botaría de la chamba.

Son cosas que ocurren.