Aunque los motivos son infinitos, lo cierto es que todos guardamos secretos que rara vez compartimos con alguien. Puede ser vergüenza, pudor, temor o quizás dolor. Puede tratarse de algo sórdido –o así lo vemos- algo maléfico que hicimos –o esa idea nos quedó- algo que nuestro entorno no podría creer acerca de nosotros –o tal vez sí, pero nosotros no- en fin, el espectro es enorme y todos tenemos el bolso lleno de perlitas que forman
our own personal necklace of shame. El otro día, en una cena con amigos y extraños, se conversaba acerca de un tema común: el amor por los animales. Cuando se trata de este tipo de tópicos, yo suelo caer paradita como gato techero que además tomó clases de equilibrismo pues, por mi dieta, las personas tienden a interpretar que soy vegetariana cuando en realidad como pescado, mariscos, lacteos y huevos
(I’m a naughty, naughty girl, you see?). Y, como quien asume y asume poco está loco
(yo sé que es "quien pide y pide poco" pero déjame escribir versiones alternativas de los refranes de tu abuelita), los que juran que soy vegetariana afirman además que mi motivación está cimentada por una devoción incontrastable hacia los animalitos. Hmmm... a ver, aquí viene "mi secretito".
A mi me gustan los animales, pero
(ya) no tendría uno en casa, por ejemplo. Es un poco como con los niños: los adoro en tanto no sean míos y no tenga que quedármelos. Creo que sería una buena maestra de jardín, una desenvuelta instructora canina, una sagaz conductora de movilidad escolar o una interesante peluquera de canarios
(?) pero, por favor, a determinada hora que todos los papás y amos vengan a buscar a sus respectivos. ¿Te vas de viaje y no hay quién pasee a tu labrador? Yo lo hago
(y recojo las tortitas que vaya dejando por la vereda). ¿Tienes una cita de amor y no es moralmente correcto pepear a tu hijo para poder salir? Yo te lo cuido.
Pero hasta ahí.
Y eso es. Soy una naturalista trucha, una ecológica sin valores, una
save the planet de mis calzones. Soy una rata. Una roedora peliaguda cuyos motivos para no comer casi ninguna carne son absolutamente egoístas y dignos de los escupitajos más terribles por parte de quienes viven con gozo el activismo animal: yo –en adelante,
Splinter- no como carne porque siento, pienso y sé que no es saludable para mí. Por favor, queridos blog-leyentes y público en general
(?), no me quieran convencer de lo contrario, no me pidan que pare de privarme ni me digan que no entienden cómo puedo sacrificarme "de ese modo". La que suscribe –
Minnie Mouse en su versión adaptada para
Resident Evil-, no pretende convencer a nadie de que la sigan, ni tiene un flujograma donde se detalle el paso a paso de su proyecto para convertir al mundo en un lugar herbívoro y mejor. No, no. Si los demás quieren comer bifes, pechuguitas y chuletas, pues pídanlos con ají y cebollita que así les sabrán más rico. La carne es deliciosa, súper rica... pero no es, digamos,
my cup of tea.
Y bueno, ya que estamos, más secretitos de índole animal:
- Mi primera mascota fue un pollito que gané en una tómbola escolar. Aunque estaba sano cuando me lo dieron, yo no tengo nada que ver con que a la semana el pobre murió de moquillo.
- Luego, cuando era chiquita tenía un lorito llamado "Pancho" y cuando pasó a mejor vida, el papito Alfonso lo pasó por el water. A mi corta edad, consideré el hecho como "práctico".
- Para resarcirme por lo del loro, mi papi me compró unos peces, pero me dio flojera darles de comer y también se fueron por el water.
- Hubo 2 perros en casa cuyo cuidado fue mi responsabilidad (en sociedad con mi hermano). Aunque ninguno presentó cargos en mi contra, ambos escaparon del hogar samborjino que nos acogía a todos con tanto amor.
- También tuve 1 tortuga y la convencí de que era un perro. Además, para incrementar su psicosis le puse dos nombres: Antonella y Gertrudix. La tortuga se me perdió por meses... en el jardín de mi propia casa. Luego la Mamita Olga la regaló porque la tortuguita hacía demasiado popó para los estándares que mi mamá consideraba los apropiados para una mascota de prestancia. Esa fue mi última mascota.
- El otro día, en una cena con amigos y extraños, comí unos ricos ñoquis con salsa de tomate, crema y salchichas. Evil me.
(1) Homenaje a Elmyra Duff, una hermana en esta doctrina loca que consiste en querer a los animalitos hasta asfixiarlos.