Not yet.
Uno puede dedicar su vida a tratar de conseguir algo o de acercarse a ello lo más posible (al escribir esta línea recuerdo a Todo sobre mi madre, la Agrado y la estupenda frase: una es más auténtica cuanto más se parezca lo que se ha soñado de sí misma). No creo en alcanzar la felicidad. Creo, sin embargo, en disfrutar su búsqueda. Si nos ponemos a analizar (y oh, cómo nos encanta hacerlo), lograr la felicidad es una gran desgracia. Una vez que la tienes, que dices he ahí mi felicidad... ¿qué haces luego? O sea, ya está. La felicidad está en tus manos. The end. ¡Terrible! Encuentro mayor placer en buscar, perseguir y crear para volver a buscar (digamos que si me dedicara a la cacería de liebres sería una gran ponedora de trampas, luego me ocultaría detrás de un arbolito a rezar ¡para que las pobres liebrecillas no caigan en ellas! jajaja). No sé, me parece que uno debería nutrirse de momentos felices y disfrutarlos al máximo más allá de su frugalidad.
Por ejemplo (medio escaso ponerse de ejemplo ¿no? espero que no vuelva a ocurrir), a mí me gusta estudiar. No tengo como meta tener un doctorado (aunque no significa que no vaya a tenerlo eventually), el punto es que, trato de disfrutar del hecho de estudiar por sí mismo y no de tomar “clases para…” y pensar que después de estudiar voy a ser mejor obligatoriamente. No creo que eso sea verdad. Yo vivo en un mundo rosado, soy idealista, creo en el duende que me cambia las cosas de lugar y estoy convencida de que los instantes felices son cosecha de la emoción con que los sembramos (Este es el planeta de la tía Lauris estudiante y ñoña; romántica e insalvable como Laurita de Carrusel. También existen otros planetas en mi galaxia, algunas veces chocan entre ellos y “hay problemas”).
Dicho esto… coordinadores de orientación vocacional… ¡contrátenme para sus charlas! (jajaja). No, en serio, en verdad no pienso que tenga un síndrome de peter pan y quiera estudiar forever para sentirme una cachorrita (ja, me dio cosita escribir ca-cho-rri-ta. jajaja, no sé por qué)… la cosa es que estaba conversando con el mayor de mis sobrinos, José Miguel, y me contaba que durante 1 semana no fue a estudiar porque suspendieron las clases en algunos colegios en Lima por los casos de gripe porcina que se habían presentado. Siguiendo la conversación, le digo que cuánta pena me da, que seguro que ahora tiene muchísimas tareas, y él, sorprendido, me pregunta que cómo se yo (que estoy vieja y arrugada y mi SLAM del colegio fue hecho en papiros) lo que son las tareas. Le cuento entonces que su tía Lauris hace tareas también. El niño no entiende nada. Imagino su expresión cariacontecida: mi tía es un asno (y encima viejo) que no ha terminado sus tareas del colegio aún. Entonces le explico que en la facultad me dejan tareas y que a mí me gusta mucho hacerlas y que si él ya sabe qué quiere ser de grande y que si quiere que le cuente qué hago yo porque de pronto le puede gustar y entonces los dos podemos hacer lo mismo y… mucho bla, bla, bla más. Yo estaba extasiada tratando de sembrar una emoción, de traspasar, por un ventanita de MSN, toda mi vocación por la chanconería. Y José Miguelito, precioso y honestísimo me cortó el speech vocacional para decir (en mayúsculas encima): ¿TíA, Tú TODAVíA SIGUES EN LA UNIVERSIDAD? ASU.
Creo que los coordinadores de orientación vocacional… no me me van a llamar. Gulp.